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Diariamente, tomas miles de decisiones. La mayoría son prácticamente irrelevantes, por ejemplo, si quieres café, té o chocolate. Pero otras son mucho más complejas, como si deberías aceptar un nuevo trabajo o mudarte a una ciudad diferente. Estas decisiones pesan más porque impactan tu vida de muchas maneras.
Puede que sientas que eres malo para tomar decisiones. Tranquilo, eso es algo con lo que todos luchamos debido a la forma en que trabajan nuestros cerebros.
Detrás de cada decisión, hay factores psicológicos que dan forma a la manera en que pensamos y actuamos. Aprender cómo funcionan puede hacer que sean más fáciles de superar.
Muchos errores en la toma de decisiones se pueden atribuir al sesgo cognitivo. Esa es la tendencia a pensar de cierta manera sin siquiera darnos cuenta. Esto lo podemos evidenciar de varias maneras.
¿Alguna vez has evitado cambiar de proveedor de internet, aunque no estabas satisfecho con su servicio actual? Algo llamado inclinación por el statu quo puede ser el culpable. Es nuestra tendencia a seguir con lo que conocemos, en lugar de elegir algo nuevo y diferente. Vemos la alternativa como un riesgo o algo que, simplemente, no vale la pena, incluso si es mejor. Sin darnos cuenta, podemos volvernos demasiado resistentes al cambio.
El Anclaje también puede afectar las elecciones que hacemos. Para comprender cómo funciona, imagina que estás comprando un automóvil usado. Ahora, supongamos que el concesionario te ofrece un descuento para intentar cerrar el trato. Suena como una oportunidad que no puedes perderte, ¿verdad?
Pues no necesariamente.
El anclaje sugiere que confiamos demasiado en lo primero que escuchamos. En este caso, el precio inicial del automóvil. Esto hace que el descuento sea tan atractivo, pero no debería ser el factor principal. También hay otras cosas a considerar, como cuánto vale realmente el auto y si se puede encontrar un mejor precio en otro lugar. Si no eres cuidadoso, el efecto de anclaje puede agobiarte.
Los sesgos cognitivos no son lo único que puede afectar la toma de decisiones. Cada vez más estudios demuestran que el estrés puede tener un impacto tanto en la calidad de nuestras decisiones, como en nuestra capacidad para tomarlas.
En un supermercado, investigadores instalaron dos pantallas que ofrecían muestras gratuitas de mermelada.
Uno le dio a los clientes seis sabores diferentes para elegir; la otra, 24. La pantalla pequeña atrajo a menos personas, pero tenían seis veces más probabilidades de comprar un frasco de mermelada.
La razón de esto es un fenómeno conocido como sobrecarga de elección. Esta puede ocurrir en cualquier momento en que nos sentimos abrumados por la cantidad de opciones. Cuando nos cuesta tanto comparar, es menos probable que escojamos algo.
Algo similar sucede cuando nos vemos obligados a tomar múltiples decisiones. Una tras otra, tras otra, y así sucesivamente. Experimentamos un efecto que los psicólogos denominan fatiga de decisión.
Esto sugiere que tomar una gran cantidad de decisiones durante un período prolongado de tiempo puede agotar nuestra fuerza de voluntad. ¿El resultado? Nos cuesta más decir "no" a cosas como comida chatarra, compras impulsivas y otras ofertas tentadoras.
Por otro lado, la fatiga también puede hacer que sea más difícil decir "sí" a las decisiones que alterarían el orden establecido. Dejamos las cosas como están... porque es lo más fácil.
Tomar decisiones siempre será difícil porque lleva tiempo y energía considerar tus opciones. Cosas como las dudas y la incertidumbre son solo una parte del proceso. Pero son algo bueno. Es una señal de que estás pensando en tus elecciones, en lugar de simplemente seguir la corriente. Ese es el primer paso para tomar decisiones más conscientes.
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